doi: https://doi.org/10.25185/9.9

Artículos

 

Tradicionalistas y rioplatenses: una mirada a las relaciones culturales entre Argentina y Uruguay (1927-1948)

Traditionalists and rioplatenses: a look at the cultural relations between Argentina and Uruguay (1927-1948)

Tradicionalistas e rioplatenses: um olhar sobre as relações culturais entre Argentina e Uruguai (1927-1948)

 

Matías Emiliano Casas
Universidad Nacional de Tres de Febrero / CONICET, Argentina.
mecasas@untref.edu.ar
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-0988-5496

 

 

Resumen: Este artículo plantea el estudio de las relaciones culturales en el espacio rioplatense entre 1927 y 1948. En particular, se analizan las conexiones entre agrupaciones y figuras del tradicionalismo que, en escenarios urbanos, se congregaban para reivindicar un pasado rural y evocar la figura del gaucho como referencia simbólica para la(s) nación(es). Se considera que la exploración de esa red, forjada centralmente entre Buenos Aires y Montevideo, permite develar la composición de una agenda común que subrayaba las coincidencias culturales entre ambos países y ponía de relieve una identidad rioplatense, al margen de las relaciones estrictamente políticas entre Argentina y Uruguay en el período. Los archivos personales de los tradicionalistas, sumados a un corpus de revistas especializadas y documentación institucional de agrupaciones gauchescas, permiten develar esos vínculos en tres direcciones: el intercambio epistolar a través del Río de la Plata, las repercusiones —públicas y privadas— de eventos vinculados a los intereses tradicionalistas y las empatías gestadas en torno a las colecciones particulares y museos gauchescos.

Palabras clave: Río de la Plata, tradicionalistas, gaucho, coleccionistas, relaciones culturales.

 

Abstract: This article proposes the study of cultural relations in the Río de la Plata area between 1927 and 1948. In particular, it analyzes the connections between groups and figures of traditionalism that, in urban settings, gathered to claim a rural past and evoke the figure of the gaucho as a symbolic reference for the nation (s). It is considered that the exploration of this network, forged centrally between Buenos Aires and Montevideo, reveals the composition of a common agenda that underlined the cultural coincidences between both countries and highlighted a Rioplatense identity, apart from strictly political relations between Argentina and Uruguay in the period. The personal archives of the traditionalists, added to a corpus of specialized magazines and institutional documentation of gaucho groups, reveal these links in three directions: the epistolary exchange through the Río de la Plata, the repercussionspublic and privateof related events to the traditionalist interests and the empathies created around the private collections and gaucho museums.

Keywords: River Plate, traditionalist, gaucho, collectors, cultural relations.

 

Resumo: Este artigo propõe o estudo das relações culturais na área do Rio da Prata entre 1927 e 1948. Em particular, são analisadas as conexões entre grupos e figuras do tradicionalismo que, no meio urbano, se reuniram para reivindicar um passado rural e evocar a figura do gaucho. como uma referência simbólica para a nação (s). Considera-se que a exploração dessa rede, forjada centralmente entre Buenos Aires e Montevidéu, revela a composição de uma agenda comum que sublinhou as coincidências culturais entre os dois países e destacou uma identidade rioplatense, além de relações estritamente políticas entre a Argentina e Uruguai no período. Os arquivos pessoais dos tradicionalistas, somados a um corpus de revistas especializadas e documentação institucional de grupos gaúchos, revelam esses links em três direções: o intercâmbio epistolar pelo Rio da Prata, as repercussões —públicas e privadas— de eventos relacionados aos interesses e empatia tradicionalistas construídos em torno de coleções particulares e museus gauchos.

Palavras-chave: Rio da Prata, tradicionalistas, gaucho, coleccionadores, relações culturais.

 

Recibido: 11/06/2020 - Aceptado: 14/10/2020

 

Introducción

En el período de entreguerras las naciones americanas experimentaron un proceso de revalorización de las culturas locales, al compás del ocaso europeo, y un renovado interés por explorar sus componentes folklóricos. Esas búsquedas generaron nuevos contactos regionales y movilizaron las escalas identitarias nacionales hacia referencias más amplias.[1] La aproximación se plasmó en diversas manifestaciones artísticas, literarias e intelectuales y se consolidó en el marco de los años treinta. El contexto político internacional, tanto el avance panamericanista y la política de la «buena vecindad» impulsada desde el Norte como el ascenso de los fascismos en Europa, y las dinámicas políticas propias de cada región, azuzaron los encuentros latinoamericanos.

Este artículo plantea el estudio de las relaciones culturales en el espacio rioplatense entre 1927 y 1948. En particular, se analizan las conexiones entre agrupaciones y figuras del tradicionalismo que, en el marco señalado y en escenarios urbanos, se congregaban para reivindicar un pasado rural y evocar la figura del gaucho como referencia simbólica para la(s) nación(es). Se considera que la exploración de esa red, forjada centralmente entre Buenos Aires y Montevideo, permite develar la composición de una agenda común que subrayaba las coincidencias culturales entre ambos países y ponía de relieve una identidad rioplatense, al margen de las relaciones estrictamente políticas entre Argentina y Uruguay en el período. El archivo de uno de los «patriarcas» del tradicionalismo en la región, Carlos Daws, sumado a un corpus de revistas especializadas y documentación institucional de agrupaciones gauchescas, permite develar esos vínculos en tres direcciones: el intercambio epistolar a través del Río de la Plata, las repercusionespúblicas y privadas— de eventos vinculados a los intereses tradicionalistas y las empatías gestadas en torno a las colecciones particulares y museos gauchescos.

El recorte cronológico de este trabajo está fijado por uno de los episodios más significativos para el tradicionalismo de la región: la inauguración del monumento al gaucho en Montevideo. El evento, que involucró a diversos sectores de la sociedad rioplatense, provocó un eco constante en los tradicionalistas bonaerenses y se transformó en un indicador permanente de la «deuda» en Buenos Aires. La datación de cierre responde al fallecimiento de Carlos Daws y a la posterior adquisición de su museo familiar por parte del Estado argentino. El entramado tradicionalista rioplatense, consolidado en ese período, será analizado a partir de las contribuciones de dos perspectivas historiográficas que se hallan en intensa conexión: los estudios sobre las transferencias culturales y la historia transnacional.

El punto de partida de esos enfoques es la crítica a las historias que, centradas exclusivamente en los procesos nacionales, resaltan las alteridades culturales como marcas distintivas de las «identidades nacionales». En palabras de Antonio Niño: «Los historiadores, fuertemente inspirados por el nacionalismo imperante, se han inclinado a privilegiar los elementos diferenciales de cada tradición cultural y han tratado naturalmente las culturas nacionales como si fueran islas identitarias segregadas unas de otras».[2] La renovación de los estudios culturales internacionales postula el análisis de los flujos e intercambios con el exterior, ya que esos contactos dinamizan y modifican las «formas de vida y de pensamiento». Ese enfoque permite superar los abordajes meramente comparativos.[3] En consonancia, la historia transnacional enuncia que la comprensión cabal de las representaciones culturales no puede lograrse si se limita el estudio al marco de los estados nacionales.[4] Por el contrario, estimula el análisis de la circulación de ideas, textos, personas, y de la conformación de entramados, asociaciones e instituciones que funcionaron por encima de las rígidas fronteras territoriales.[5] La preocupación central de esa corriente historiográfica es el propio movimiento entre artefactos culturales, sentidos e individuos por diferentes espacios.[6] Así, el análisis de los intercambios entre tradicionalistas de Buenos Aires y Montevideo pretende contribuir con esa perspectiva y reconsiderar el espacio cultural rioplatense.

Los trabajos que estudiaron las relaciones culturales en el Río de la Plata se abocaron, generalmente, al período colonial o decimonónico. En ese contexto, las investigaciones sobre la literatura gauchesca han contemplado necesariamente los desplazamientos de los principales exponentes del género, y de sus textos, entre Argentina y Uruguay. Julio Schvartzman, para referirse a las cartas entre Antonio Lussich y José Hernández, advierte que esos mensajes: «contienen una historia de amistades rioplatenses entre federales y blancos, de consejos e interinfluencias […] en fin, de lecturas, escuchas y famas».[7] El clásico trabajo de Ángel Rama, Los gauchipolíticos rioplatenses, también presenta una perspectiva regional. En su libro, el autor realiza un recorrido que inicia en los tiempos revolucionarios del siglo XIX y finaliza en los últimos años de esa centuria cuando se advierte la «domesticación de la gauchesca». De acuerdo con Rama, la formación de la primera asociación tradicionalista en la región, la «Sociedad Criolla» dirigida por el Dr. Elías Regules, marcó el ocaso del carácter político y combativo de la gauchesca. En un artículo publicado en Marcha en 1961, el autor ya había anticipado sus consideraciones sobre el tradicionalismo de Regules identificándolo como una pieza de museo.[8] Para Rama: «La gauchesca, que naciera de una peleadora y valiente vocación política, se arrancaba este diente mordaz para lograr una unanimidad evocativa, admirativa y estética».[9] En efecto, no era tan así.

El escritor y musicólogo Lauro Ayestarán respondió a esa interpretación en el prólogo de Versos Criollos, el libro de Regules publicado originalmente en 1894. En la edición de la Colección Clásicos Uruguayos de 1965, Ayestarán proponía una mirada alternativa: «El tradicionalismo de Regules era activo y crítico». De hecho, lo disociaba de un supuesto carácter ocioso y le atribuía una intención de mejoramiento espiritual y material de la colectividad.[10] Como pudimos corroborar en un estudio específico sobre el funcionamiento de esa agrupación, las tramas políticas rioplatenses no les resultaban ajenas. Las intervenciones públicas de la Sociedad Criolla en muchos casos se relacionaron con el devenir político de la región.[11]

Al margen de las consideraciones políticas, Rama señaló la incidencia de los tradicionalistas en la estetización del gaucho. Al mismo tiempo, vinculó esa práctica evocativa al proceso de modernización. En esa línea, Adolfo Prieto explicó que el criollismo cumplió variadas funciones en el contexto finisecular.[12] Entre ellas, intelectuales y escritores comenzarían a apuntalar la construcción «mítica» del gaucho.[13] En Argentina, Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas, exponentes de la primera generación nacionalista, condujeron ese proyecto pedagógico-cultural.[14]

Esa construcción, ciertamente estética y edulcorada del gaucho rioplatense, fue acompasada por las clases dirigentes que, entrado el siglo XX, convocaron su figura como un recurso de identificación con los símbolos nacionales.[15] No obstante, conviene advertir que la circulación de representaciones levantiscas y contestatarias del gaucho mantenían su flujo a partir la edición de literatura de bajo costo y de la actuación de los «payadores rojos».[16]

El arte de la payada, y su relación con la literatura, las imágenes del gaucho y la política, fue estudiado por dos investigaciones que analizaron la dinámica rioplatense como un espacio de múltiples y recíprocas influencias. Pablo Rocca explica la adaptación de los payadores a los impuestos de la modernidad, particularmente a la cultura impresa y a los procesos de alfabetización, para dar respuesta a los nuevos escenarios de principios de siglo XX.[17] A su vez, Ercilia Moreno Chá postula que: «en el vasto panorama latinoamericano puede hablarse con propiedad de una escuela de improvisación poética cantada encarnada en el payador de Argentina y Uruguay, única y distinta».[18] La distinción que marca la autora era el resultado de una conexión permanente entre cantores improvisados argentinos y uruguayos. Como se pretende demostrar a partir del archivo privado de Daws, las sociabilidades gestadas en torno a las payadas se retroalimentaron con el entramado tradicionalista que iba transitando un camino ascendente en cuanto a la solidez de sus vínculos y su visibilidad cultural y política en la región.

En efecto, buena parte de esa visibilidad fue alcanzada gracias a los proyectos sobre monumentos, museos y colecciones particulares. En esa línea, el reciente libro de Carolina Porley nos resulta inspirador por dos motivos. En primer lugar, por su perspectiva para pensar la «otra cara» de las obras de arte. Como explica la autora, el enfoque sobre la circulación y la trayectoria previa de los objetos, los diversos actores que intervienen en el acopio de material y las condiciones históricas que inciden en los consumos culturales echan luz a procesos más complejos que involucran a los coleccionistas privados, al reconocimiento social alcanzado por esas colecciones y a la conformación del patrimonio cultural del Estado. En segundo lugar, el estudio de Porley sobre el coleccionista Fernando García demuestra su participación en una red de «amantes de las cosas de antaño». De ese grupo formaba parte Roberto Bouton, un aficionado a los objetos del mundo rural y a las tradiciones criollas que mantuvo una relación epistolar con Carlos Daws.[19]

En Uruguay, la revalorización del ámbito rural en detrimento del cosmopolitismo urbano había estado acompasada por las condiciones generales señaladas más arriba y por dinámicas políticas particulares, como el golpe de Estado de 1933 que sacó al batllismo del poder.[20] La dictadura terrista propició las actividades tradicionalistas que, si bien se mostraban intensamente ligadas al Partido Nacional, no obturaron la intervención de políticos colorados en sus actividades públicas. De hecho, como muestra Carla Giaudrone, siguiendo a Yael Zerubavel, «la construcción de una tradición nacional no responde exclusivamente a las disposiciones políticas de los gobiernos».[21] En cambio, esa construcción se ve afectada por los encuentros y desencuentros de diversos actores en sus variadas modalidades de interpretar el pasado.

Las oscilantes relaciones políticas entre Argentina y Uruguay para el período recortado no forman parte de los objetivos centrales de este trabajo. No obstante, sería imprudente no señalar ese telón de fondo por tres motivos. Como primer punto, porque los tradicionalistas interactuaron con funcionarios, fueron convocados para intervenir en actos oficiales y encontraron espacios de correspondencia con los Gobiernos de turno. En segundo lugar, porque la política continental se encontraba atravesada por el panamericanismo y los estados del Sur no estuvieron exentos de reposicionamientos ante la influencia de los Estados Unidos en la región. De hecho, mientras que en términos generales los Gobiernos argentinos implicaron un obstáculo para los proyectos panamericanistas, al otro lado del Río de la Plata se sostuvo, también pensando desde una aproximación general, un alineamiento más directo con Washington.[22] Como tercer punto, en parte a causa de esos ordenamientos continentales, las relaciones bilaterales entre Argentina y Uruguay estuvieron lejos de ser amistosas. Los gobiernos batllistas buscaron respaldo norteamericano ante la latente desconfianza con el país vecino. Esos resquemores se potenciaron a partir del golpe de Estado de 1943 en Argentina y la posterior emergencia del peronismo.[23] El proceso político conducido por militares nacionalistas, identificados con posturas pro Eje, «atizó los sentimientos nacionalistas y anti argentines» en Uruguay.[24] Esas tensiones políticas, entonces, confirman la relevancia de atender diálogos y encuentros culturales entre los países del Plata, que bregaban por una «fraternidad rioplatense» aún en contextos diplomáticos hostiles.

 

Noticia biográfica: Carlos Daws como un pivote del entramado tradicionalista

Hacía comienzos de los años treinta, en el Río de la Plata se desplegaba una expansión de los eventos y actividades que potenciaban la intervención de los tradicionalistas en el espacio político-cultural. En Argentina, se extendía un «resurgimiento gauchesco» que se materializaba en la fundación de nuevas agrupaciones civiles en tándem con proyectos oficiales para consagrar la figura del gaucho como símbolo inexpugnable de la identidad nacional.[25] Los consensos políticos se evidenciaban, por caso, en la presentación de los diputados socialistas para erigir un monumento al autor del Martín Fierro en 1934.[26] En Uruguay, el emplazamiento del monumento al gaucho en 1927 en la ciudad de Montevideo confirmaba la centralidad de su figura para los orientales. Luego de la muerte de Elías Regules, en 1929, el tradicionalismo uruguayo encabezado por la Sociedad Criolla se reorganizó y recuperó un dinamismo que lo posicionó como protagonista de diversos eventos y conmemoraciones. En efecto, esa trayectoria motivó nuevos reconocimientos oficiales al gaucho, como la consagración del Día de la Tradición a mediados de los años cuarenta.

Ese vigor gauchesco quedó reflejado en los entramados gestados en torno a Carlos Daws. Se trataba de un descendiente de inmigrantes ingleses que se habían instalado en Entre Ríos a comienzos del siglo XIX. Las actividades ganaderas de la familia generaron un fluido contacto con la frontera uruguaya. El abuelo de Daws tenía una pequeña estancia en el departamento de Río Negro. Así, su infancia la transitó entre sus estudios en el centro de Buenos Aires, donde se domiciliaba, y las estadías camperas en ambos márgenes del Plata. De acuerdo a sus impresiones de esos tiempos, allí había adquirido todos los conocimientos sobre la cultura gauchesca. En ese sentido, sus relatos no escapaban a los de la mayoría de escritores y aficionados gauchescos que pretendían legitimar sus prácticas en un pasado campero experimentado en primera persona. La condición dual, urbana y rural, era un carácter necesario para la «genuina» pertenencia al movimiento tradicionalista.

En el ámbito citadino, Carlos Daws se desempeñó como empleado administrativo en el ferrocarril y se radicó en el barrio porteño de Once. Desde tiempos tempranos, plasmó en ese contexto su afán por la tradición rural. En 1897, fundó el círculo criollo «El Fogón». Uno de los tantos grupos gauchescos —de pocas decenas de integrantes— que se congregaban en la ciudad para tramitar las transformaciones del proceso de modernización y la asimilación a la «patria local» en una coyuntura marcada por la inmigración masiva.[27] Muchos inmigrantes encontraron en esos espacios una forma de validar su integración a la cultura rioplatense. En particular, en tiempos signados por el incremento de discursos y medidas políticas que buscaban «neutralizar» la influencia extranjera en pos de la consolidación de la identidad nacional.[28]

El rculo criollo que congregaba a Daws, a su hermano, a otros aficionados y a jóvenes que cursaban sus estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, comenzó a reunirse en una agencia de lotería del barrio de Balvanera y en el teatro del italiano Andrea D´Oria, tributando el sincretismo entre inmigración y cultura criolla.[29] Como la mayoría de esas asociaciones, El Fogón tuvo una efímera existencia. Su final se correspondió con la dispersión de sus miembros y el escaso nivel de institucionalización alcanzado. Empero, más allá del ocaso de su círculo criollo, Carlos Daws sostuvo una práctica que había iniciado en 1888 y que lo llevaría a consolidarse como una figura relevante en el ámbito tradicionalista: la colección de objetos, accesorios y prendas gauchescas que devinieron en un «museo familiar».

Gracias a su museo gauchesco, Daws logró conectarse con tradicionalistas y aficionados del entorno rural y ecuestre rioplatense que lo visitaron, le escribieron y/o difundieron su obra por diferentes ciudades del mundo. Si se observan solo las cartas que recibía del exterior, se advierte que el 57% fueron remitidas desde Uruguay o dieron cuenta de una movilidad entre ambos márgenes del Plata. El resto de la correspondencia, llegada desde España, Estados Unidos, Escocia, etc., requiere una atención particular que escapa a los límites de este artículo. De hecho, consideramos que la extensión de esa red hacia el Norte y allende el Atlántico permitiría develar las relaciones culturales tejidas a partir de la figura del gaucho en una escala más amplia que, como indicamos, amerita un trabajo aparte.

El porcentaje señalado para el epistolario disminuye levemente cuando se analizan los 33 libros de recortes periodísticos, invitaciones, programas de eventos y catálogos de exposiciones. El propio Daws había encuadernado ese extenso material con anotaciones en los márgenes donde volcaba sus impresiones ante cada acontecimiento significativo. De esa muestra, que contenía referencias al rodeo chileno, a los gaúchos de Rio Grande do Sul y a los charros mexicanos, un 39% quedaba ligada a Uruguay y vislumbraba la circulación, no solo de personas, sino de problemáticas, proyectos e ideas sobre la evocación de la cultura gauchesca en el contexto ya citado.

El entramado tradicionalista rioplatense que integró Carlos Daws fue apuntalado por el intercambio recíproco promovido desde Buenos Aires, tarea en la que se destacaban el escritor Martiniano Leguizamón, el lingüista Luis Pinto, el escribano José Roberto del Río, el estanciero Juan Maguire y el escritor Edmundo Montagne (nacido en Montevideo pero radicado en Buenos Aires desde su infancia); y por las conexiones en sentido inverso, estimuladas por el escritor Buenaventura Caviglia (h), el editor Agustín Smith, el poeta Fernán Silva de Valdés, el polifacético Vicente Rossi (que se encontraba radicado en Córdoba), el coleccionista Roberto Bouton y el rector de la Universidad de la República, y afamado tradicionalista, Elías Regules. Las correspondencias entre esas figuras del universo cultural rioplatense nos permiten analizar el rol que le cupo a la tradición gauchesca en la consolidación de una «identidad compartida».

 

Entre las veladas artísticas y las competencias deportivas

Las veladas artísticas fueron espacios de encuentro para los tradicionalistas rioplatenses. Dos asociaciones de Buenos Aires tuvieron como miembro honorífico a Elías Regules y como vocal de la comisión directiva a Carlos Daws. La Sociedad Argentina de Arte Nativo (SAAN) se había fundado a comienzos de la década del veinte por iniciativa del tradicionalista Domingo Lombardi. Sus actividades consistían en reuniones mensuales en su local del centro porteño donde se desplegaban números literarios y danzas folklóricas. Acompasados por el crecimiento en materia de investigaciones folklóricas y por la progresiva incorporación del folklore en las escuelas, los miembros de la SAAN intervinieron en numerosos actos de carácter oficial con autoridades de la cartera educativa.[30] Lombardi, alias el gaucho Ledesma, había participado de los tiempos fundacionales del tradicionalismo en la región con sus colaboraciones permanentes para la revista uruguaya El Fogón.

Además de la figura de Regules, Martiniano Leguizamón -también socio honorario- solía intervenir en los actos literarios de la agrupación. El escritor entrerriano fue el nexo de la asociación con el poeta Fernán Silva Valdés, quien era permanentemente evocado a partir de sus producciones escritas y recibía diferentes homenajes de la SAAN cuando visitaba la ciudad de Buenos Aires. Por caso, en 1927, le ofrecieron una gala al poeta uruguayo dirigida por el tradicionalista Justo P. Sáenz (h). Allí, Silva Valdés recitó varias de sus composiciones amenizadas con canciones y danzas criollas, que finalmente dieron paso al clásico pericón.[31]

Silva Valdés era uno de los principales exponentes del nativismo poético de la década del veinte. En ese sentido, el estilo de su poesía se distanciaba de las composiciones gauchescas de la segunda mitad del siglo XIX pero seguía teniendo al espacio rural como centro de atención. Como explica Arturo Visca, las producciones de Silva Valdés se inscribieron en un tiempo marcado por la influencia de la tradición autóctona en la configuración de una «estética nacional». De ese modo, los textos del poeta homenajeado en Buenos Aires se complementaban con una serie de manifestaciones musicales y pictóricas que también ponían de relieve el escenario criollo.[32]

Otra agrupación artística, surgida como la SAAN en los años veinte, contaba con Elías Regules, Martiniano Leguizamón y Carlos Daws entre sus adherentes. Los miembros de “Euritmiaauspiciaban veladas y ofrecían cursos de “cultura artística nacional”. Además, eran continuamente convocados para intervenir en eventos educativos y de formación docente. En sus repertorios, se presentaron con frecuencia las poesías del fundador de la Sociedad Criolla.[33] El reconocimiento de Regules en tanto escritor fue más perceptible por la difusión que alcanzaron sus textos que por la valorización de los críticos. Lauro Ayestarán afirmaba que «Mi Tapera» había llegado a ser la poesía más recordada del Uruguay. Sin embargo, aclaraba que la mayor parte de la obra de Regules no soportaba una «riesgosa pulsación crítica». Una salvedad similar realizó Serafín García en Panorama de la poesía gauchesca y nativista del Uruguay. Alberto Zum Felde, por su parte, definió la poesía de los primeros tradicionalistas como «artificiosa, harto floja y chirle». No obstante, le otorgó un mérito -relativo- a los versos de «Mi Tapera».[34] Entre los tradicionalistas porteños cualquier composición de Regules ameritaba su reproducción y festejo. Sus propósitos centrales se enfocaron más en la exaltación de lo criollo que en las preocupaciones estéticas.

En Euritmia también se cantaban los poemas de Edmundo Montagne. Incluso, en varias invitaciones de la agrupación se recuperaron fragmentos del escritor uruguayo para presentar los eventos. Por ejemplo, en diciembre de 1926, se organizó un «homenaje a los cultores anónimos del Arte Popular Argentino» que fue difundido con una cita de Montagne.[35] En este punto, nos interesa subrayar la hibridación entre los elementos rioplatenses. Así, para aleccionar sobre «cultura artística nacional» (argentina) se convocaban las letras de Elías Regules, o para las veladas mensuales que reafirmaban el «arte native» (argentino) se podía agasajar a Silva Valdés sin que ameritara ninguna explicación adicional. La confluencia tenía una argumentación tácita: la centralidad que había adquirido la «cultura criolla», encarnada en la figura del gaucho, para las referencias nacionales. Las imágenes gauchescas generalmente acompañaron las invitaciones a esos eventos. El gaucho representaba un espacio de intersección en el que podían coexistir los discursos identitarios en dos niveles: uno restringido a las fronteras nacionales y otro ensanchado hacia el Río de la Plata.

La convergencia rioplatense en el marco de la criollidad se expresaba también en los agasajos que se le realizaron a Elías Regules cuando visitaba Buenos Aires. Martiniano Leguizamón, junto con el poeta Antonio Lamberti, fue uno de los inspiradores del homenaje criollo que se le ofreció en una estancia del interior bonaerense en 1926. En esa oportunidad, Regules fue escoltado por cincuenta gauchos a caballo de la «Sociedad Argentina de Costumbres Nacionales». Leguizamón, en su discurso, vitoreó «la obra valiente [de uno] de los más esforzados mantenedores de las tradiciones que sienten el terruño».[36] Para los participantes no había discernimiento entre terruños, banderas, ni naciones. Se trataba de un espacio compartido por orientales y argentinos, donde las identidades nacionales quedaban en un segundo plano al calor de la fiesta gaucha.

En contraste, otros intercambiostambién en torno a la cultura rural gauchescaresaltaron las diferencias nacionales. Las competencias ecuestres animaron las festividades tradicionalistas desde los comienzos. La cultura caballar ligada al deporte se desplegó con intensidad a partir del contexto finisecular. Como explica Roy Hora, los jinetes gozaban de una popularidad equiparable a la de las figuras del mundo del espectáculo, tal era el caso del célebre Leguisamo. No obstante, desde mediados de la década del veinte el deporte ecuestre comenzó a perder terreno a favor de otros espectáculos masivos, como el fútbol y el boxeo.[37] A medida que las referencias cotidianas al caballo se replegaban con fuerza, las competencias deportivas, organizadas en el marco de celebraciones tradicionales, significaron tanto la disputa por la competencia en como por dilucidar quiénes representaban con mayor propiedad esas tradiciones pretéritas.

En ese contexto, el campeonato sudamericano de doma desarrollado en 1931 en Montevideo contuvo ambos sentidos. Un conjunto de diez gauchos que se desempeñaban como peones de estancia fueron congregados por el empresario rural Fabián Lemos y enviados a Pocitos para la competencia. La prensa argentina celebró el triunfo remarcando los atributos locales de los representantes porteños y los fotografió junto a la copa obtenida, denominada «Dr. Elías Regules».[38]

Las actividades de destrezas ecuestres organizadas en el marco de la «semana criolla» también fueron oportunidades para poner de relieve los contrastes nacionales. El evento se realizaba desde mediados de la década del veinte con el auspicio de la municipalidad de Montevideo. En comunión con la Asociación Rural de Uruguay, que ofrecía su predio para las jornadas, las semanas criollas congregaron «gauchos» del sur de Brasil, de Argentina y Uruguay.[39] En la cobertura de las competencias, las revistas argentinas destacaban con énfasis el aplauso recibido por los connacionales subrayando una habilidad singular en el manejo de esas artes. Más allá de las exaltaciones nacionalistas, esos eventos también propiciaron un desplazamiento hacia la identidad gauchesca regional cuando se trataba de cuestionar ciertas características de la sociedad moderna. En esos casos, se celebró la bravura de «nuestras tierras platenses» y la autenticidad de «nuestros gauchos» en detrimento de otras representaciones ecuestres vinculadas con el mundo del espectáculo: «No es necesario, pues, solazarse en las tiradas finales de los noticiarios con los ejercicios de los cow-boys».[40]

La invitación a una jornada de doma local, realizada en 1929 en el barrio porteño de Belgrano, plasmaba en un poema el sentido reactivo que se le otorgaba a esas jineteadas: «Paisanos: soy domador / y aunque ya por estos pagos / ha dentrao a hacer estragos / eso que llamanespor” / sin negarle su valor / a tanta extranjerería (sic) / ande otros muestran su hombría / patiando (sic) bolas saltonas / al hachar de las lloronas / yo quiero probar la mía».[41] La alusión al fútbol, como una práctica extranjera que iba conquistando espacios en detrimento de actividades autóctonas, se encontraba exacerbada en la correspondencia privada que recibía Carlos Daws: «la absorción extranjera se va enseñoreando de tal forma que nuestro acervo glorioso […] corre el riesgo de que sea relegado en un segundo término para dar paso a las nuevas generaciones del football y del tennis».[42]

Expresiones como las que circulaban en el seno del tradicionalismo eran fácilmente reconocibles en determinados sectores de la sociedad hacia la década del treinta. Las críticas morales a los productos culturales masivos de las publicaciones de derecha o las calificaciones a espectáculos públicos desde la prensa católica eran correlativas a los lamentos de los gauchos.[43] La masificación del fútbol incluso era cuestionada desde el socialismo, aunque en un sentido opuesto al que realizaban los tradicionalistas. En los tiempos en que la actividad fue profesionalizada en Argentina (1931), los socialistas leían allí un doble peligro: la multiplicación de manifestaciones chauvinistas y el triunfo del capitalismo en el deporte.[44] Como había corroborado el mundial de futbol celebrado en Uruguay, obtenido por el anfitrión en 1930, el «nacionalismo deportivo» había encontrado en el fútbol una narrativa que lo «acriollaba», éxitos competitivos y «heroes» que los representaban.[45] En este punto, es singular la animadversión de los tradicionalistas en tanto la práctica del deporte fue transitando un proceso de asimilación al medio similar al que habían experimentado los inmigrantes en los primeros círculos criollos que dieron origen, con el tiempo, al movimiento tradicionalistas. Empero, patear «bolas saltonas» era considerado como una manifestación netamente cosmopolita.

 

Acciones y reacciones del tradicionalismo rioplatense

Las críticas y reacciones del tradicionalismo ante lo que consideraban una «invasión» de modas y costumbres extranjeras en los espacios urbanos de la región se potenciaron. Desde las primeras décadas del siglo XX, las grandes tiendas, las publicidades y las transformaciones económicas vinculadas con el crecimiento del mercado interno sentaron las bases para la formación de sociedades de consumo masivo.[46] La fisonomía que adquirían esas sociedades, junto con la expansión de las industrias culturales, hacían mella en las urgencias de los tradicionalistas. Por señalar un ejemplo, la Asociación Argentina de Pato, juego ecuestre que sería consagrado como «deporte nacional» durante el peronismo, invitaba a Carlos Daws en los siguientes términos: «Sabiendo lo entusiasta que es Ud. por todas las manifestaciones tradicionalistas, que se van olvidando ante el avance del cosmopolitismo, no dudamos que hará lo posible por ayudarnos en esta cruzada criolla que hemos iniciado».[47] En otro registro, Miguel Lanús, un funcionario de la Dirección Nacional de Bellas Artes en Argentina que compartía filiación en la SAAN con Regules y Daws, al visitar la ciudad balnearia de Miramar en Buenos Aires, se lamentaba: «Aquí, nada que le pueda interesar. Es cosmopolitismo completo, en costumbres, indumentarias, etc. que no entusiasma a un tradicionalista como Ud. y yo».[48] De ese modo, el entramado conectado en torno a Daws se alarmaba ante un «escenario amenazante» que no hacía más que revalorizar sus «cruzadas criollas».

Elías Regules, en una de las tantas entrevistas que conservaba el archivo periodístico de Daws, era interrogado por la incidencia del tango en la región y respondía: «¡Canejo! ¡El tango es importao.[49] Pese al rechazo que manifestaba ante la prensa, la Sociedad Criolla de Montevideo había incorporado bailes de tango en los festejos de sus bodas de plata.[50] Entonces, la narrativa tradicionalista era empleada para legitimar sus prácticas, reconfigurar identidades y reafirmar su «necesaria» intervención ante el avance foráneo. Sin embargo, esos taxativos relatos se contrastaron con experiencias que develaron una complejidad mayor a su simple enunciación.

El centro criollo «Culto a la Tradición» fue fundado por Filomeno Acuña en 1928. Su director era una figura reconocida en el ámbito tradicionalista. Desde los primeros años del siglo XX había participado en las reuniones hogareñas de Carlos Daws y desde allí había comenzado a tramar una serie de relaciones. Acuña era un poeta gauchesco que solía publicar sus producciones en periódicos locales de la zona oeste de Buenos Aires. En su vivienda de Caseros, realizaba artesanías y tejía ponchos que regalaba como «dones» de reciprocidad a personajes relevantes del movimiento.

Cuando se analizan los eventos públicos, las invitaciones y las correspondencias de Acuña y su centro criollo, se advierte una recurrencia al «avance extranjero». Los «extranjis», los «nuevos argentinos», la «uropa», los «nación», componían un enemigo que, lejos de claudicar, se representaba en plena vigencia aún en la década del treinta: «aunque pasen [los gringos] muchos años / entre propios  y entre extraños / no se cambian ni de traje / sus costumbres y lenguaje».[51] El tránsito de la familia Daws ciertamente constituía una objeción a esas afirmaciones, sin embargo Acuña se mostraba urgido por sindicar a los extranjeros como el peligro central de «tuito lo que sea Patria, Religión y Hogar». Desconocemos los posicionamientos políticos del tradicionalista, pero no podemos dejar de subrayar la coincidencia de sus expresiones con el lema de Gobierno del conservador nacionalista Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires, que se encontraba en plenas funciones cuando Acuña realizaba esas referencias.[52]

Por otro lado, la inmigración a la Argentina durante los años treinta había disminuido aproximadamente un 75% con respecto a la década anterior. Fernando Devoto explica la preocupación de las clases dirigentes conservadoras por desalentar el proceso migratorio a través de nuevas reglamentaciones, como la exigencia del permiso de libre desembarco a todos los aspirantes. Uno de los argumentos en pos de desestimar la llegada específicamente de refugiados europeos, era la poca voluntad de integrarse al nuevo país.[53] Así, los discursos del tradicionalista se adecuaban a los lineamientos de los funcionarios conservadores, tanto a nivel provincial como nacional.

En «Culto a la Tradición», la asociación presidida por Acuña, se había elegido a Elías Regules como «capataz honorario», cargo atribuido hasta diciembre de 1932 pese a su muerte unos años antes. La sombra del autor de «Mi tapera» en la región requeriría un trabajo exclusivo. Aquí, para aproximarse a esa dimensión, se señalarán sucintamente dos episodios: su intervención en una encuesta de un diario porteño y los ecos de la inauguración del monumento al gaucho en Montevideo. En 1926, el diario Crítica inició una encuesta que convocó a figuras intelectuales, periodísticas y políticas de diversas extracciones para dar su opinión acerca del «valor social, individual y tradicional del gaucho». El rector de la Universidad de Buenos Aires, Ricardo Rojas; el político socialista, Nicolás Repetto; y el director de la Biblioteca Nacional, Paul Groussac, entre varios más, se prestaron al convite y apuntalaron las polémicas. Rápidamente, el tópico cruzó el Río de la Plata y se hizo eco en Uruguay donde Regules decidió plasmar sus opiniones en una publicación local. Allí, contestó a quienes resaltaron el carácter mestizo del gaucho para explicar: «fue resultante de dos factores: sangre y tierra; sangre caucásica, esto escríbalo bien claro, con letra negrita y preferentemente española; tierra americana, la que se extiende en el ángulo del Uruguay y el Plata». De acuerdo con Regules, el gaucho solo se había cruzado accidentalmente con el indio por lo que asegurar su mestizaje era «hacer fábula».[54]

Su participación amerita dos reflexiones. En primer lugar, la intervención desanclaba al gaucho de los límites argentinosmás que argentinos, porteños— y lo extendía al área rioplatense. Es decir, si un periódico masivo sugería un debate en torno a los valores del gaucho, Regules corroboraba que la materia necesariamente debía involucrar la emisión de voces desde el Uruguay, aun cuando no hubieran sido invitadas a intervenir. De hecho, otros compatriotas se le sumaron al debate, como Juan Zorrilla de San Martín y Pedro Ipuche. En segundo lugar, el contenido de su discurso ponía en escena la ascendencia hispana. El hispanismo, entre los cultores de la tradición rural, potenció las oposiciones al cosmopolitismo tal como sucedía en diversas expresiones artísticas.[55] No obstante, no necesariamente fue un denominador común para los tradicionalistas. Sus referencias sobre el componente mestizo del gaucho oscilaron entre la exaltación de la herencia indígenapostura sostenida por Daws— y la negación, como se advierte en Regules, develando la heterogeneidad tanto de componentes como de interpretaciones en el seno del movimiento.

En el mismo discurso, Regules celebraba la inminente inauguración del monumento al gaucho en Uruguay. En línea con su interpretación étnica, el escultor José Luis Zorrilla de San Martín había logrado «un gaucho blanco, de sangre caucásica depurada y quemada por el sol patrio», como enunciaba, sobre el boceto, una publicación de la época.[56] El proyecto para la estatuaria del gaucho fue promovido por el político del Partido Nacional, Alejandro Gallinal, y la comisión para organizar el evento fue presidida por Elías Regules. Como sucedió con la encuesta de Crítica, las repercusiones de la inauguración se sintieron con fuerza al otro lado del río, tanto en la prensa como en los intercambios privados de los tradicionalistas argentinos.

El diario La Nación informaba sobre la nutrida concurrencia en aquel 31 de diciembre de 1927. Entre el repaso por los nombres de políticos y representantes culturales presentes, sus páginas celebraban que el monumento resaltara «la nobleza y el espíritu de lucha del hombre de nuestras campiñas».[57] Según la reseña periodística, el emplazamiento broncíneo al gaucho parecía homenajear también a los campesinos del litoral argentino. Pese al alto nivel de iconografía oriental que enmarcó el eventohimno, presencia del presidente de la nación, banderas, etc.— la evocación al jinete pampeano era suficiente para que desde los medios porteños se integrara al espacio rural argentino como parte de esa restitución. En una línea similar, el ministro de Justicia e Instrucción Pública de la República Argentina, Antonio Sagarna, se pronunció en un comunicado a su par uruguayo. El funcionario era cercano al grupo tradicionalista que se reunía alrededor de Carlos Daws ya que participaba en los eventos artísticos de la SAAN. En la nota de adhesión al evento, Sagarna amplió las escalas geográficas para explicar la relevancia del gaucho: «entidad prócer que con su sangre, su rebeldía y su fe inconmovible, consolidó las patrias republicanas de América y las ofrendó a todos los trabajadores y soñadores del mundo». El ministro oriental respondía en términos similares: «Es el gaucho que acompañó el ritmo de nuestra historia y rindió el tributo de su sangre y de su esfuerzo por el porvenir de América y por la gloria del mundo».[58] Los efectos de la inauguración se hacían sentir en los desplazamientos territoriales del gaucho. En ese caso, a «nuestra historia» se le extendía la escena continental y la proyección mundial como última escala de su potencial.

En Argentina, la consagración monumental del gaucho estaba demorada. Los tradicionalistas de diferentes puntos del país comenzaron a alzar la voz en orden al urgido monumento ausente. Desde Rosario, Mar del Plata, Capital Federal, Pergamino y otras localidades, agrupaciones gauchescas hicieron manifestaciones públicas para movilizar a la sociedad al calor de lo acontecido en Uruguay. Sin embargo, desencuentros económicos, políticos, sociales y trabas coyunturales conspiraron para que la «deuda» no se saldará por largo tiempo. El tópico se mantendría latente con momentos de álgidos debates políticos aún para finales de la década del cuarenta. Recién en los años sesenta las calles marplatenses celebraron al gaucho en el bronce, a más de treinta años de la experiencia uruguaya.

Mientras se vitoreaba la escultura de Zorrilla de San Martín en Montevideo, el disenso en Argentina era fácil de percibir. Mientras que uno de los principales periódicos había auspiciado un año antes de la inauguración oriental una encuesta con resultados ciertamente desencontrados, otro diario porteño de circulación masiva condenó la adhesión argentina a través del ministro Sagarna. La Prensa titulaba «El gaucho está bien en su leyenda» y pretendía desarmar una a una las consideraciones esbozadas por los funcionarios rioplatenses en sus telegramas. Para eso, en términos generales se desligaba su figura de cualquier referencia heroica y se desestimaba su participación en el proceso de emancipación tan rememorada en el intercambio de los ministros. En el texto se argumentaba: «Ni Belgrano ni San Martín […] fueron gauchos, ni hicieron guerra gaucha, ni aplicaron recursos gauchos, ni aceptaron que en los ejércitos que disciplinaron entrara como idea o elemento esencial el gaucho».[59] Para concluir, se recordaba que el gaucho no había fundado ninguna nación americana.

Los intersticios para filtrar consideraciones peyorativas hacia el gaucho, como las del diario La Prensa, se hicieron cada vez más estrechos. En 1943, el gobierno de facto de Pedro Ramírez exigió la suspensión de una de las publicaciones de mayor circulación de la época. La revista Atlántida se vio obligada a retractarse por un artículo sobre el gaucho que denunciaba su carácter ficticio y señalaba su uso propagandístico.[60] La consagración oficial del jinete pampeano como símbolo de la identidad nacional ya estaba consumada. Sin embargo, el episodio de Atlántida y una serie de conferencias y publicaciones académicas por parte de los historiadores Emilio Coni y Enrique de Gandía detonaron una nuevacruzadatradicionalista rioplatense para desagraviar la figura del gaucho.

A mediados de la década del cuarenta, José Roberto del Río y Luis Pinto se pusieron a la cabeza de las actividades para contestar públicamente la emergencia de discursos «anti-gauchos». Los dos tradicionalistas estaban íntimamente vinculados con Carlos Daws a través de diferentes asociaciones, como «La Cruz del Sur» y «Agrupación Bases», y por una relación personal de la que daba cuenta el permanente intercambio de correspondencia, fotografías, noticias y visitas recíprocas. Daws acompañó la tarea enviando material sobre relatos que ensalzaban la labor histórica del gaucho.[61] Gracias a las conexiones institucionales entre Bases y la Sociedad Criolla de Montevideo, los actos de desagravio llegaron hasta la franja oriental. Allí, los tradicionalistas bonaerenses realizaron conferencias y participaron en eventos que se tiñeron de verdadero fervor gauchesco por coincidir con los festejos del cincuentenario de la agrupación fundada por Regules.

En Uruguay, la figura del gaucho también había ganado consenso en diversos sectores. El trabajo de María Laura Reali nos permite pensar algunos indicadores en esa dirección. Al estudiar la trayectoria política e intelectual de Luis Alberto Herrera, pone en evidencia el desplazamiento de sus percepciones sobre el gaucho y sus cultores. De calificar como una «zoncera» a la recreación artificial de costumbres camperas en 1901, Herrera pasó a celebrar la obra de los tradicionalistas a finales de la década del veinte. Esa transformación se puede explicar por dos factores. Por un lado, la figura del gaucho ya había adquirido «una visibilidad y un reconocimiento más allá del círculo de sus cultores». Por otro lado, el propio dirigente había construido un «mito ruralista» centrado en la revalorización del campo y de los caudillos como «auténticos representantes de la causa nacional».[62] Herrera participó en diversos homenajes a Elías Regules. Las coincidencias entre la agrupación tradicionalista y el herrerismo no fueron solo simbólicas. Justo Alonso, presidente de la Sociedad Criolla en 1935, fue uno de los dirigentes políticos destacados de ese sector. A su vez, el proyecto auspiciado por los tradicionalistas para instituir el Día de la Tradición en Uruguay fue presentado por otro representante del herrerismo, el diputado José Olivera Ubios.

En ese marco, los actos en defensa del gaucho se replicaron. Carlos Daws recibió las reseñas de José del Río sobre la visita a Montevideo. En esas cartas se evidenciaba que las relaciones culturales desplegadas alrededor del tradicionalismo eran significadas, por los propios actores, como caminos alternativos a los vínculos diplomáticos formales entre ambos países. Del Río expresaba: «Hemos hecho mucho por la fraternidad y acercamiento entre ambos pueblos hermanos […] gran obra de acercamiento realizada, de mayor valor y efectividad que la de muchos diplomáticos con plumas y galones».[63] Es decir, en los momentos de mayor tensión entre los gobiernos del Plata a causa de los posicionamientos en la Segunda Guerra Mundial, la defensa al gaucho generaba encuentros culturales que realzaban la comunión entre los países del Plata.

En la revista uruguaya Cimarrón se publicaba sobre la ofensa al gaucho: «ha tenido la virtud de estremecer el sentimiento nacional y provocar la reacción valiente y decidida».[64] En efecto, había provocado también la intervención pública de los tradicionalistas uruguayos. El «sentimiento nacional» se confundía nuevamente, pivoteado en el gaucho, cortando el Río de la Plata en una coyuntura poco favorable para las muestras de fraternidad. Al observar los intercambios privados, se advierte que el desagravio no se trató solamente de una intervención hacia afuera para galvanizar su condición de «censores» de la tradición campera. Carlos Daws se había tomado el trabajo de recopilar todas las informaciones publicadas en la prensa sobre el historiador Emilio Coni para intervenirlas a sus costados con expresiones de burla y descreimiento.[65]

Asimismo, Vicente Rossi le comunicaba su malestar frente a las supuestas tergiversaciones que se realizaban desde la academia: «Soy nativo de la campaña uruguaya, educado en Montevideo, hecho hombre en Argentina. Cuando no algo sobre la campaña, pregunto, investigo, nunca invento como hacen nuestros académicos».[66] Al mes siguiente, volvía a escribirle a Daws para focalizarse en otro «peligro» que acechaba a los tradicionalistas: las talabarterías porteñas y el afán de lucro que las llevaba a equivocar conceptos sobre accesorios y vestimentas de la vida rural. En contraste, le enviaba un bozal para la colección que iba conformando Daws desde 1888. Esa cuantiosa muestra había dado lugar al museo familiar gauchesco, un espacio de confluencia e intercambio para los tradicionalistas rioplatenses.

 

Las colecciones y los museos gauchescos como puntos de encuentro

Hacia comienzos de la década del cuarenta, Carlos Daws había transformado los ambientes de su casa en verdaderas salas de exposición. Su museo era visitado por turistas de diversas latitudes, difundido con frecuencia por los medios gráficos y convocado para ambientar producciones teatrales, comercios y fiestas camperas. Su colección se componía de más de 2.500 piezas entre las que se destacaban: 300 facones, dagas, puñales y cuchillos de plata; un número similar de mates; 250 estribos; 50 pares de espuelas; 100 rebenques; y decenas de ponchos y cabezas de ganado. De la variada muestra, Daws solía destacar un recado oriental sirigote, todo labrado en plata, y un mate, también de plata, que había pertenecido al ex presidente uruguayo Máximo Santos. Como anticipamos más arriba, antes que el valor estético y artístico de sus piezas museísticas nos interesan las tramas sociales que apuntalaron la recopilación de objetos para esa colección.

En esa línea, puntualizaremos tres relaciones trazadas hacia el otro lado del Río de la Plata: con el escritor y abogado Buenaventura Caviglia, con el editor Agustín Smith y con el coleccionista Roberto Bouton y su esposa Gabriela Trouy de Bouton. En todos los casos, se puso en práctica una fluida circulación de ideas, objetos y publicaciones, que dinamizó la tarea coleccionista de Carlos Daws y promovió intercambios culturales a partir de la configuración de su museo.

Los textos de Bueneventura Caviglia sobre la cultura gauchesca en general, y sobre la precisa definición de determinados elementos de la vida rural, eran una referencia para los tradicionalistas del Plata y para los aficionados de diversos lugares.[67] Martiniano Leguizamón lo había puesto en contacto con Carlos Daws. A comienzos de los años cuarenta, cuando inició la correspondencia, el escritor uruguayo se encontraba trabajando sobre la cantramilla, un elemento generalmente de hierro que favorecía el manejo de la carreta. Las polémicas sobre su descripción y su uso llevaban años y habían involucrado a otras figuras uruguayas como Juan Pivel Devoto y el jesuita Juan F. Sallaberry.[68] Caviglia, además de trabajar en sus escritos, coleccionaba elementos vinculados a la carreta. Especialmente picanas que le llegaban de diversos puntos del área rioplatense.

Las visitas al museo de Daws consolidaron un contacto que perduró, al menos, hasta 1946. La correspondencia indica que la reciprocidad se basó más en el envío de recortes periodísticos, transcripciones y folletos que en piezas para ser exhibidas. Caviglia le solicitó frecuentemente fotografías y recortes que ornamentaban las salas de la casa de Daws. A su vez, las respuestas desde Buenos Aires viajaban con felicitaciones por la perseverancia que el escritor uruguayo demostraba en su tarea coleccionista.[69] La relación entre los rioplatenses quedó enmarcada, además, en la Asociación Folklórica Argentina, donde Caviglia había presentado los avances de sus investigaciones y trabado relaciones con otros miembros, como el filólogo Eleuterio Tiscornia. También hacia el Uruguay se extendían las redes que sintetizamos aquí en Cavligia y Daws. El escritor oriental lo puso en contacto con Agustín Smith, el director de la revista El Terruño que se publicaba en Montevideo desde 1917.

En la carta de presentación, Smith explicaba que la revista se encontraba «de continuo a la búsqueda de novedades de nuestro folklore», por eso lo invitaba a Daws a difundir allí «su valioso museo histórico». Al envío de un ejemplar como muestra de la revista, Daws respondió con crónicas de la prensa argentina, que referían a su colección, y folletos con la descripción del material. Así, el museo familiar se ganó espacio en El Terruño de septiembre de 1945. Smith celebraba la coincidencia reafirmando: «tenemos como afinidad el gusto por las cosas nativas y nuestro origen inglés».[70] Para Buenaventura Caviglia, el abolengo británico de ambos no pasaba desapercibido. Al reenviar el número de la publicación uruguaya en el que se trataba la obra de Daws, celebraba el encuentro con una salvedad sugerente: «Con la circunstancia de que uno es Daws y el otro Smith… Ambos felizmente reconquistados para honor y bien de la tradición campera platense».[71] La asimilación exitosa de los «gringos» pretendía realzar el triunfo del tradicionalismo en la región y modelar la valorización de la cultura rioplatense en detrimento de los influjos europeos.

Para ese propósito, el museo de Daws se consideraba un bastión central. Así se plasmaba también en su correspondencia con el matrimonio Bouton entre 1939 y 1941. Roberto Bouton era un médico cirujano que había organizado un museo criollo en su vivienda particular de Santa Clara de Olimar. Su afán por el mundo gauchesco se había gestado en su infancia cuando, al igual que Daws, pasaba estadías completas a cargo de familiares cercanos en el campo. Al iniciar el contacto, Bouton estaba radicado en Montevideo por cuestiones de salud y ya había redactado sus memorias, que se publicaron luego bajo el título «La vida rural en el Uruguay» en la Revista Histórica del Museo Histórico Nacional.[72] En esos relatos, Bouton tomaba como referencia a muchos de los tradicionalistas uruguayos, entre ellos a Elías Regules. A su vez, las informaciones sobre el escenario rural muchas veces se nutrían de publicaciones masivas argentinas, como el diario La Nación y la revista El Hogar.[73] En 1939, esas fuentes se incrementaron con la llegada de folletos y recortes periodísticos del museo de Carlos Daws. En primera instancia facilitados por un «amigo común», Juan Manuel Cava, según la mención del médico uruguayo. La coincidencia de intereses llevó a Bouton a tratarlo rápidamente como «un viejo amigo» y a estimular visitas recíprocas, a la postre malogradas. Así comenzó un fluido intercambio epistolar que se concentró en resaltar la importancia de sus actividades coleccionistas. En su última carta, además de señalar la preocupación por su estado de salud, Bouton le confirmaba a Daws la «igualdad de miras» y el «corazón gaucho» compartido. Asimismo, subrayaba otro motivo para la empatía: ninguno había sido hombre de fortuna sino que habían recopilado sus colecciones a partir de un trabajo constante, y gracias a la ayuda de diversos amigos que paulatinamente nutrieron sus vitrinas.[74]

Roberto Bouton falleció tres meses después de la última misiva. En julio de 1940, el Museo Histórico Nacional recibió su colección criolla a instancias de su esposa Gabriela Trouy. La muestra reunida contaba con más de trescientas piezas de platería, accesorios ecuestres, herramientas de ganadería, vestimentas y calzados, mates y objetos vinculados a la medicina.[75] En 1941, Carlos Daws recibió una tardía respuesta al envío de nuevos folletos sobre museo para Bouton. Gabriela Trouy lo anoticiaba sobre la muerte de su esposo y le agradecía porque los envíos desde Buenos Aires eran «muy apreciados» por el coleccionista uruguayo. Como muestra de ese agradecimiento, Trouy le envió dos piezas para el museo porteño: el mate de plata del ex presidente Máximo Santos, anteriormente mencionado, y un retrato de Bouton y su museo capturado en 1926. El ofrecimiento le parecía poco contrastado con el material gauchesco que se había recopilado. Aun cuando fuera la voluntad de su esposo delegar todas sus piezas al Museo Histórico uruguayo, Trouy se excusaba con Daws: «Lamento no haber tenido ocasión de mantener con Ud. esta correspondencia antes de haber entregado al Museo Histórico Nacional todo lo que representaba la labor paciente de nuestros años y haberle podido obsequiar […] con alguna prenda que fuera de más interés».[76] Las cartas continuaron por algunos meses más, mezclando apreciaciones sobre las prendas criollas y la vida personal que se emparentaba por las recientes pérdidas de sus seres queridos.

El afán coleccionista de Daws se sostuvo hasta el final de su vida. En su caso, no fue la escritura de memorias la prioridad de sus últimos años sino que se abocó a delinear un proyecto para que el museo gauchesco no se perdiera. Con el respaldo de políticos conservadores, como el senador nacional Reynaldo Pastor, se esbozó una presentación para que la colección pasara a manos del Estado. La ley fue aprobada por unanimidad, con discursos de adhesión de representantes de diferentes partidos políticos.[77] Finalmente, en 1948, un año después de su muerte, su obra se integró al Museo de Motivos Populares Argentinos José Hernández bajo el auspicio de la Municipalidad de Buenos Aires.

 

Conclusiones

La dinámica del tradicionalismo en el Río de la Plata puso de relieve las tramas culturales compartidas y los desplazamientos identitarios provocados por los encuentros entre los aficionados de la vida gauchesca. Se analizó aquí la evocación de una “hermandad gaucha” que atravesó las fronteras nacionales y se desplegó al margen de las relaciones diplomáticas y políticas entre Argentina y Uruguay. El carácter móvil, abierto y dinámico de las identidades se reflejó en las prácticas de los tradicionalistas.[78] Aun cuando se trataba de espacios caracterizados por discursos rígidos y taxativos sobre la nacionalidad y la patria, los intercambios rioplatenses provocaron una transformación tanto en los relatos como en las prácticas. El gaucho cortó a galope el Río de la Plata y configuró un espacio más amplio, ensanchado, en el que se reconocieron los cultores de la tradición para intervenir ante los factores «amenazantes» que advertían al unísono.

La trayectoria de Carlos Daws, desde sus pasajes en el campo uruguayo a la conformación de su museo gauchesco en el centro de la ciudad de Buenos Aires, develó variadas características de esos encuentros culturales en torno a la tradición rural. En primer lugar, el carácter dual de los tradicionalistas, entre el campo y la ciudad, se manifestó también en la flexibilidad para adaptarse a las evocaciones nacionales en sus diversos sentidos, locales y regionales. En segundo término, el largo recorrido ligado a las agrupaciones criollas permitió advertir que la «fraternidad gauchesca» en el Río de la Plata no tuvo un desarrollo episódico o fragmentario. Si las expresiones y demostraciones conjuntas colocaron en primera escena esa perspectiva regional en ocasiones determinadas, la correspondencia privada refrendó que se trató de un componente estable. Es decir, el enfoque rioplatense se consolidó como un eslabón necesario para todo tradicionalista que se preciara de tal. De ese modo, incluso en los tiempos más álgidos para las relaciones diplomáticas bilaterales, producto de la guerra y de la influencia norteamericana, los «gauchos» sostuvieron dinámicos flujos de intercambio que involucraron la circulación de personas, objetos, publicaciones y cartas.

La intensidad de esas relaciones evidenció, colateralmente, el camino consagratorio transitado por la figura del gaucho en ambos países. Las prácticas de los tradicionalistas se insertaron en un tiempo favorable para las demostraciones «autóctonas». El escenario rural y la cultura gauchesca fueron convocados con diferentes propósitos. Las redes de asociaciones y contactos platenses dejó en evidencia que los intersticios para pronunciarse en contra de esos elementos se tornaron cada vez más estrechos. Las intervenciones políticas confirmaron que tanto en Argentina como en Uruguay, hacia finales de los años cuarenta, el símbolo gaucho era una de las máximas referencias nacionales. En ese marco, los tradicionalistas rioplatenses se movieron al ritmo de una agenda común. La inauguración del monumento al gaucho, las polémicas a partir de la encuesta de Crítica, el cosmopolitismo plasmado en las prácticas deportivas modernas y la reacción ante la publicación de la revista Atlántida dieron cuenta de una serie de preocupaciones compartidas que derivaron en intervenciones concretas.

La labor de los coleccionistas privados y sus museos hogareños fortalecieron esa identidad gauchesca rioplatense. Tanto Daws como Bouton se nutrieron de informaciones, objetos y referencias provenientes de Argentina y Uruguay para constituir sus obras. Esas colecciones fueron celebradas por los tradicionalistas sin señalar ninguna reminiscencia «extranjera» o «importada» en las interacciones. Aunque buena parte de sus manifestaciones públicas se concentraban en atacar la influencia foránea, esa categoría no entró en juego para los vínculos entre ambos países. Como mostraron las continuas evocaciones a la figura de Elías Regules, los tradicionalistas manejaron otras fronteras, ciertamente movibles y dinámicas, que se trazaron en base a referencias culturales: la tradición criolla y la entronización del gaucho.

 

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Casas, Matías Emiliano. “Tradicionalistas y rioplatenses: una mirada a las relaciones culturales entre Argentina y Uruguay (1927-1948)”. Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo, 9, (2021): 209-240.

https://doi.org/10.25185/9.9

 

El autor es responsable intelectual de la totalidad (100 %) de la investigación que fundamenta este estudio.

Editores responsables: Sebastián Hernández Méndez: s.hernandez.mendez@hotmail.com ; Nicolás Arenas Deleón: narenas@miuandes.cl; Mariana Moraes Medina: mmoraes.medina@gmail.com  

 

 



[1]   Corinne Pernet, “Pela cultura genuína das Américas: Folclore musical e política cultural do Pan-americanismo, 1933-1950”, Revista Brasileira de Música 27, nº 1 (2014): 20.

[2]   Antonio Niño, “Relaciones y transferencias culturales internacionales”, en L´histoire Culturelle en France et en Espagne, eds. Benoît Pellistrandi y Jean François Sirinelli (Madrid: La Casa de Velázquez, 2008), 179.

[3]   Michel Espagne, “La notion de transfert culturel”, Revue Sciences / Lettres, nº 1 (2013). https://journals.openedition.org/rsl/219

[4]   José Antonio Sánchez Román, “Dossier: Argentina y América Latina en la historia política trasnacional”, Programa Interuniversitario de Historia Política, nº 101 (2018). http://www.historiapolitica.com/dossiers/dossier-argentina-y-america-latina-en-la-historia-politica-trasnacional/

[5]   Ver, entre otros, José Luis Bendicho Beiret, “Comparación e historia transnacional: ¿cuál es su pertinencia para el estudio del hispanismo en Latinoamérica?”, en Cuarto taller de discusión: Las derechas en el cono sur (Buenos Aires: 2012) https://www.ungs.edu.ar/wp-content/uploads/2018/07/Beired.pdf; Christopher Bayly et al. “AHR Conversation: on transnational history”, American Historical Review 11, 5 (2006): 1441-1464.

[6]   María Ligia Coelho Prado, “América Latina. Historia comparada, historias conectadas, historia transnacional”, Anuario de la Escuela de Historia, nº 24 (2012). https://rephip.unr.edu.ar/handle/2133/3719

[7]   Julio Schvartzman, Letras gauchas (Buenos Aires: Eterna Cadencia Editora, 2013), 347.

[8]   Ángel Rama, “Regules, inventor de la tradición”, Marcha, 1051 (1961): 24.

[9]   Ángel Rama, Los gauchipolíticos rioplatenses, 4ª ed. (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1994), 149.

[10]  Lauro Ayestarán, “Prólogo” a Elías Regules, Versos Criollos (Montevideo: Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, 1965), 28.

[11]  Matías Emiliano Casas, “La Sociedad Criolla Dr. Elías Regules: el resurgimiento gauchesco en Uruguay (1935-1944)”, Boletín de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, 54 (2021): 109-136.

[12]  Adolfo Prieto, El discurso criollista en la formación de la argentina moderna, 2ª ed. (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2006), 141.

[13]  Carolina González Laurino, La construcción de la identidad uruguaya (Montevideo: Ediciones Santillana / Universidad Católica del Uruguay, 2001); Hugo Achugar, “Modernización y mitificación: el lirismo criollista en el Uruguay entre 1890 y 1910”, Ideologies and Literature 3, nº 14 (1980): 134-154.

[14]  Fernando Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2002), 55-59. Conviene señalar que la consagración de la literatura gauchesca, promovida por los nacionalistas, no estuvo exenta de cuestionamientos. Por ejemplo, Jorge Luis Borges criticó el culto por los elementos de «color local» y su carácter fundacional para la literatura argentina. Lo hizo en 1951, motivado por otro contexto político. Su conferencia sobre el escritor argentino y la tradición fue publicada luego en: Jorge Luis Borges, Discusión (Buenos Aires: Emecé, 1957). 

[15]  Matías Emiliano Casas, Las metamorfosis del gaucho. Círculos criollos, tradicionalistas y política en la provincia de Buenos Aires, 1930-1960 (Buenos Aires: Prometeo Editorial, 2017), 159-222.

[16]  Ezequiel Adamovsky, El gaucho indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2019), 120.

[17]  Pablo Rocca, “Los poetas-payadores de la modernización (un desafío para la historia lírica rioplatense)”, Miscelânea 14 (2013): 29. https://seer.assis.unesp.br/index.php/miscelanea/article/view/208

[18]  Ercilia Moreno Chá, Aquí me pongo a cantar. El arte payadoresco de Argentina y Uruguay (Buenos Aires: Editorial Dunken, 2016), 316.

[19]  Carolina Porley, El coleccionista. Fernando García y su legado al Estado uruguayo (Montevideo: Estuario Editora, 2019), 123.

[20]  Esther Ruiz, “Del viraje conservador al reordenamiento internacional. 1933-1945”, en Historia del Uruguay en el siglo XX (1890-2005), ed. Ana Frega (Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2008), 85-121.

[21]  Carla Giaudrone, “El gaucho en el ámbito iconográfico del centenario uruguayo (1925-1930)”, Revista Hispánica Moderna 61, nº 2 (2008): 163.

[22]  Leandro Morgenfeld, Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las Conferencias Panamericanas (1880-1955) (Buenos Aires: Peña Lillo / Ediciones Continente, 2011), 227-266.

[23]  Juan Oddone, Vecinos en discordia. Argentina, Uruguay y la política hemisférica. Selección de documentos 1945-1955 (Montevideo: Ediciones El Galeón, 2003), 11-72; Ana María Rodríguez Ayçaguer, Entre la hermandad y el panamericanismo. El gobierno de Amézaga y las relaciones con Argentina (Montevideo: Papeles de Trabajo / Universidad de la República, 2004), 13-61.

[24]  Carolina Cerrano y Fernando López D´Alessandro, “Dictadura militar argentina 1943-1946. Temor, rechazo y desconfianza en el Uruguay”, Anuario de Estudios Americanos 74, nº 1 (2017): 349.

[25]  Casas, Las metamorfosis, 113-158.

[26]  Alejandro Cattaruza y Alejandro Eujanian, “Del éxito popular a la canonización estatal del Martín Fierro”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, nº 6 (2002): 114.

[27]  Prieto, El discurso criollista, 145.

[28]  Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001), 38.

[29]  Carta de Luis Mejías a Carlos Daws, 30 de diciembre de 1934, Archivo de Carlos Daws (en adelante ACD) Libro Epistolario. Museo de Arte Popular José Hernández, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

[30]  Oscar Chamosa, Breve historia del folclore argentino. 1920-1970: Identidad, política y nación (Buenos Aires: Edhasa, 2012), 101-142.

[31]  Recortes periodísticos, ACD, Libro 8.

[32]  Arturo Visca, “Prólogo” a Fernán Silva Valdés, Antología (Montevideo: Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, 1966), 15-19.

[33]  Invitación y programa, 5 de enero de 1929, ACD, Libro 7.

[34]  Ayestarán, “Prólogo”, 9; Serafín García, Panorama de la poesía gauchesca y nativista del Uruguay (Montevideo: Editorial Claridad, 1941), 158-159; Alberto Zum Felde, Proceso Intelectual del Uruguay (Montevideo: Editorial Claridad, 1941), 148-149.

[35]  Invitación y programa, 17 de diciembre de 1926, ACD, Libro 7.

[36]  Recortes periodísticos, ACD, Libro 19.

[37]  Roy Hora, Historia del turf argentino (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2014), 176-200.

[38]  La Razón, 1931, ACD, Libro 19.

[39]  Moreno Chá, El arte, 134.

[40]  Recortes periodísticos, ACD, Libro 15.

[41]  Invitación, 24 de febrero de 1929, ACD, Libro 8.

[42]  Carta de Serafín Galán Deheza a Carlos Daws, 27 de julio de 1928, ACD, Libro Epistolario.

[43]  Ver, entre otros, Mariela Rubinzal, La cultura combate en la calle. Nacionalismo e industrias culturales en la Argentina de entreguerras”, Anuario del Instituto de Historia Argentina 2, 16 (2016): 1-21; Miranda Lida, La rotativa de Dios. Prensa católica y sociedad en Buenos Aires: El Pueblo 1900-1960 (Buenos Aires: Editorial Biblos, 2012), 129-139.

[44]  Javier Guiamet, “Tentaciones y previsiones frente a la cultura de masas: Los socialistas argentinos en el período entreguerras” (Tesis doctoral, Universidad Nacional de la Plata, 2017), 196, http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/library?a=d&c=tesis&d=Jte1582 

[45]  Pablo Alabarces, Fútbol y patria: el fútbol y las narrativas de la nación en la Argentina (Buenos Aires: Prometeo Editorial, 2007), 43-44.

[46]  Fernando Rocchi, “La industria y la expansión de la demanda en Buenos Aires a la vuelta del siglo pasado”, Desarrollo Económico 37, nº 148 (1998): 533-558.

[47]  Carta de la Asociación Argentina de Pato a Carlos Daws, 28 de diciembre de 1942, ACD, Libro Epistolario.

[48]  Carta de Miguel Lanús a Carlos Daws, 31 de enero de 1938, ACD, Libro Epistolario.

[49]  Entrevista de Luis Alberto Reilly a Elías Regules, ca. 1928, ACD, Libro 8.

[50]  Sociedad Criolla, Sus bodas, 36.

[51]  Carta de Filomeno Acuña a Carlos Daws, 1932, ACD, Libro Epistolario.

[52]  Emir Reitano, Manuel Fresco. Entre la renovación y el fraude (Buenos Aires: Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires Dr. Ricardo Levene, 2005), 29.

[53]  Fernando Devoto, “El revés de la trama: políticas migratorias y prácticas administrativas en la Argentina (1919-1949)”, Desarrollo Económico 41, 162 (2001): 281-304.

[54]  Recortes periodísticos, ACD, Libro 7.

[55]  Francy Liliana Moreno Herrera, “Universalismo, cosmopolitismo y política editorial en revistas culturales del siglo XX”, Latinoamérica. Revista de estudios latinoamericanos 64 (2017): 99-123.

[56]  Pegaso. Revista Mensual, octubre de 1921, 179.

[57]  La Nación, 1 de enero de 1928.

[58]  Recortes periodísticos, ACD, Libro 8.

[59]  La Prensa, 9 de enero de 1928, 2.

[60]  Casas, Las metamorfosis, 173-176.

[61]  Carta de Luis Pinto a Carlos Daws, 16 de mayo de 1943, ACD, Libro Epistolario.

[62]  María Laura Reali, Herrera. La revolución del orden. Discursos y prácticas políticas (1897-1929) (Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2016), 227.

[63]  Carta de José Roberto del Río a Carlos Daws, 24 de junio de 1944, ACD, Libro Epistolario.

[64]  Cimarrón, mayo de 1944, 55.

[65]  Recortes periodísticos, ACD, Libro 23.

[66]  Carta de Vicente Rossi a Carlos Daws, 12 de enero de 1943, ACD, Libro Epistolario.

[67]  Por caso, el colega y ministro del Tribunal de Contas de Río de Janeiro, Bernardino José de Souza, le solicitaba el envío de información sobre los usos de la carreta criolla en el Río de la Plata para sus investigaciones personales. Carta enviada el 14 de noviembre de 1938. Disponible en: http://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/46488

[68]  Carta de Martiniano Leguizamón a Buenaventura Caviglia, 1 de agosto de 1943, ACD, Libro Epistolario.

[69]  Carta de Carlos Daws a Buenaventura Caviglia, 30 de septiembre de 1945, ACD, Libro Epistolario.

[70]  Carta de Agustín Smith a Carlos Daws, 7 de septiembre de 1945, ACD, Libro Epistolario.

[71]  Carta de Buenventura Caviglia a Carlos Daws, 1 de octubre de 1945, ACD, Libro Epistolario.

[72]  Agradezco especialmente a Carolina Porley quien tuvo la gentileza de compartirme tanto ese documento como imágenes y referencias sobre la colección de Roberto Bouton.

[73]  Lauro Ayestarán, “Advertencia preliminar” a “La vida rural en el Uruguay”, Revista Histórica. Publicación del Museo Histórico Nacional 29 t. XXVIII, nº 82-84 (1958): 8.

[74]  Carta de Roberto Bouton a Carlos Daws, 18 de marzo de 1940, ACD, Libro Epistolario.

[75]  Andrés Azpiroz Perera, “Bien criollo. La colección de Roberto J. Bouton en el Museo Histórico Nacional” (2016). http://www.museohistorico.gub.uy/innovaportal/file/91926/1/bouton.pdf

[76]  Carta de Gabriela Trouy a Carlos Daws, 11 de marzo de 1941, ACD, Libro Epistolario.

[77]  Diario de Sesiones del Honorable Senado de Buenos Aires, 24 de junio de 1948, 588.

[78]  Simon Frith, “Música e identidad”, en Cuestiones de identidad cultural, eds. Stuart Hall y Paul du Gay (Buenos Aires / Madrid: Amorrortu editores, 1996), 184.